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Que falte el Espíritu, y puede haber sabiduría de palabras, pero no la sabiduría de Dios; los poderes de la oratoria, pero no el poder de Dios; la demostración del argumento y la lógica de las escuelas, pero no la demostración del Espíritu Santo, la lógica que todo lo convence de Su relámpago, tal como convenció a Saulo ante la puerta de Damasco. Cuando el Espíritu fue derramado, todos los discípulos se llenaron del poder de lo alto, la lengua más iletrada podía acallar a los vencedores y, con su nuevo fuego, abrirse paso a través de los obstáculos como las llamas avivadas por poderosos vientos barren los bosques.