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A veces me confundía de especialidad. Algunos de mis compañeros de estudios religiosos -agnósticos embrollados que no sabían qué camino tomar, que estaban presos de la razón, ese oro de los tontos para los brillantes- me recordaban al perezoso de tres dedos; y el perezoso de tres dedos, tan bello ejemplo del milagro de la vida, me recordaba a Dios.