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Si los cristianos votaran su deber a Dios en las urnas, ganarían todas las elecciones, y lo harían con facilidad. Elegirían a todos los candidatos limpios de los Estados Unidos y derrotarían a todos los sucios. Su prodigioso poder sería rápidamente comprendido y reconocido, y después no habría candidatos impuros en ninguna papeleta, y cesaría el chanchullo.