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Una relación personal con Dios mejora la vida. En primer lugar, nos permite aceptar nuestras limitaciones sin sentirnos frustrados por ellas. Nos asegura que los problemas que no podemos resolver no son necesariamente insolubles. En segundo lugar, cuando lo necesitamos, Dios nos ofrece una sensación de perdón, una sensación de limpieza de nuestra incompletud. . . . Por último, y quizá lo más importante, una relación personal con Dios nos redime del miedo a la muerte. No debemos temer que todas nuestras buenas acciones se desvanezcan cuando muramos.