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La gran superioridad [de Rafael] se debe al sentido instintivo que, en él, parece desear destrozar la forma. La forma es, en sus figuras, lo que es en nosotros mismos, un intérprete para la comunicación de ideas y sensaciones, una fuente inagotable de inspiración poética. Cada figura es un mundo en sí misma, un retrato cuyo original apareció en una visión sublime, en un torrente de luz, señalado por una voz interior, desnudado por un dedo divino que mostró cuáles habían sido las fuentes de expresión en toda la vida pasada del sujeto.