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Si uno anhela ver el rostro de lo Divino, debe salir del acuario, escapar de la piscifactoría, ir a nadar por cataratas salvajes, bucear en fiordos profundos. Hay que explorar el laberinto del arrecife, las sombras de los nenúfares. Qué limitante, qué insultante pensar que Dios es un guardián benévolo, un director de criadero ausente que nos encarcela en la "comodidad" de piscinas artificiales, donde intermediarios rocían nuestras aguas restrictivas con copos desinfectados de nutrientes procesados.