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El que muestra signos de aberración mental es, inevitablemente, tal vez, pero cruelmente, excluido del trato familiar e irreflexivo, en parte excomulgado; su aislamiento le es proclamado involuntariamente en todos los semblantes por la curiosidad, la indiferencia, la aversión o la piedad, y en la medida en que es lo bastante humano como para necesitar una comunicación libre e igualitaria y sentir la falta de ella, sufre un dolor y una pérdida de una clase y grado que los demás sólo pueden imaginar débilmente, y en su mayor parte ignorar.