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La polémica (sobre la pena capital) pasa de largo para el anarquista. Para él, la vinculación entre muerte y castigo es absurda. En este sentido, está más cerca del malhechor que del juez, ya que el culpable de alto rango condenado a muerte no está dispuesto a reconocer su sentencia como expiación, sino que ve su culpa en su propia insuficiencia. Así, se reconoce a sí mismo no como una persona moral, sino trágica.