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Bajo corriendo al encuentro de Floriana, que está sin aliento tras la caminata. Se detiene en el camino, con la última luz a su espalda. Las gotas de lluvia se aferran a su pelo suelto y sin pañuelo, capturando en ella el titilante marco rojizo del mismo. Sus ojos son almendras topacio, iluminados esta noche desde algún lugar nuevo, antiguo, desde algún oubliette exquisitamente secreto, que a menudo debe olvidar que posee. Hablamos durante un minuto y Barlozzo pasa de nosotros como un chico demasiado tímido para hablar con dos chicas a la vez.