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La primera prioridad consistirá en restablecer el sentido de la aceptación de la vida como un don de Dios. Según la Sagrada Escritura y las tradiciones más sabias de vuestro continente, la llegada de un hijo es siempre un don, una bendición de Dios. Hoy ya es hora de insistir en ello: todo ser humano, toda persona humana pequeña, por débil que sea, ha sido creada "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1, 27).