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Nuestras ilusiones -las creencias a las que nos aferramos- son las puertas de nuestra libertad. Simplemente tenemos que entrar por ellas sin aferrarnos ni alejarnos. No debemos creerlas, pero tampoco debemos huir de ellas. Tenemos que ver cada momento de aparente esclavitud como una invitación a la libertad. Entonces, dejar de huir se convierte en un acto de amor, en un acto de compasión.