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Los últimos meses de la tía Phyl en la residencia fueron piezas extra. La edad es innecesaria. Algunos de nosotros, como mi madre, tenemos la suerte de morir rápida y repentinamente, en plena posesión de nuestras facultades y de nuestro destino, pero cada vez seremos más los que estaremos condenados a perdurar, a merced de familiares ansiosos o indiferentes, extraños descuidados, intervenciones médicas no deseadas, debilidad creciente, incontinencia, pérdida de memoria. Vivimos demasiado, pero, como la sibila colgada de su cesta en la cueva de Cumas, nos cuesta morir.