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Vivimos, comprensiblemente, con el sentido de la urgencia; a nuestro reloj, como al de Baudelaire, le han quitado las manecillas y lleva la leyenda: "Es más tarde de lo que piensas". Pero con nosotros siempre es un poco tarde para la mente, aunque nunca demasiado tarde para la estupidez honesta; siempre un poco tarde para la comprensión, nunca demasiado tarde para la ira justa y desconcertada; siempre demasiado tarde para el pensamiento, nunca demasiado tarde para la moralina ingenua. Parece que nos gusta condenar nuestras mejores pero no nuestras peores cualidades enfrentándolas a la exigencia del tiempo.