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Pero enseguida me di cuenta de que había subestimado lo mucho que me gustaba. No él, quizá, sino el hecho de tener a alguien al otro lado de una línea invisible. Alguien a quien poner al día y de quien recibir noticias, a quien informar de un descubrimiento cómico, a quien imaginar mientras bailaba en un sótano solitario y a quien volver, por fin, cuando la música se detenía.