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Las normas de comportamiento no escritas son infinitas, finamente matizadas y sutiles hasta la última fracción de grado. No deben romperse. Si se rompen, las reglas del perdón que conducen al restablecimiento son igualmente de aire y de hierro. Aprendo estas reglas con bastante menos facilidad que mis contemporáneos porque, en los entresijos de mi ser, se desarrolla y aumenta en fervor un duelo entre mi instinto, que sabe por qué algo es así, y mi inteligencia gallinácea, que desea analizar por qué algo es así.