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Las riquezas son los dones más insignificantes y menos dignos que Dios puede dar a un hombre. ¡Qué son para la Palabra de Dios, para los dones corporales, como la belleza y la salud; o para los dones de la mente, como el entendimiento, la habilidad, la sabiduría! Sin embargo, los hombres se afanan por ellos día y noche, y no descansan. Por eso Dios suele dar riquezas a los insensatos, a quienes no da ninguna otra cosa.