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Gran parte del desastre de la vida contemporánea reside en que está organizada en torno a los sentimientos. La gente casi siempre actúa según sus sentimientos, y piensa que es lo correcto. La voluntad queda entonces a merced de las circunstancias que evocan los sentimientos. La formación espiritual cristiana de hoy debe enfrentarse directamente a este hecho y superarlo.