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  • Puedo admirar el lenguaje solemne y majestuoso del culto que reconoce la grandeza de Dios, pero no calentará mi corazón ni expresará mi alma hasta que también haya mezclado con él la cercanía gozosa de ese amor perfecto que echa fuera el temor y se aventura a hablar con nuestro Padre celestial como un niño habla con su padre en la tierra. Hermano mío, no queda velo.