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Los adultos bienintencionados pueden destruir fácilmente el amor de un niño por la lectura: impidiéndole leer lo que le gusta, o dándole libros valiosos pero aburridos que a usted le gustan, los equivalentes del siglo XXI de la literatura victoriana "mejorante". Acabaremos con una generación convencida de que leer no mola y, lo que es peor, es desagradable.