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Admitir en nuestras bibliotecas a las autoridades, por muy bien vestidas que estén, y dejar que nos digan cómo leer, qué leer, qué valor dar a lo que leemos, es destruir el espíritu de libertad que es el aliento de esos santuarios.
Admitir en nuestras bibliotecas a las autoridades, por muy bien vestidas que estén, y dejar que nos digan cómo leer, qué leer, qué valor dar a lo que leemos, es destruir el espíritu de libertad que es el aliento de esos santuarios.