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  • Dios no nos llama a ganar el mundo y, en el proceso, perder a nuestras familias. Pero he conocido a quienes consagraron tanto la vida familiar y fueron tan protectores del "tiempo de calidad" que los hijos nunca vieron en sus padres el tipo de amor consumido que hizo que la fe de sus padres les resultara atractiva. Algunos han perdido a sus hijos, no porque no estuvieran en sus partidos de fútbol o no tomaran vacaciones familiares, sino porque nunca transmitieron una lealtad a Jesús lo suficientemente profunda como para interrumpir las preferencias personales.