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La Iglesia anima a los gobernantes a estar verdaderamente al servicio del bien común de sus pueblos. Ella exhorta a los responsables económicos a tener en cuenta la ética y la solidaridad. ¿Y por qué no han de dirigirse a Dios para inspirarse en sus designios? Así surgiría una nueva mentalidad política y económica que contribuiría a transformar la dicotomía absoluta entre las esferas económica y social en una sana simbiosis.