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Cuando hemos aprendido a escuchar a los árboles, entonces la brevedad y la rapidez y la precipitación infantil de nuestros pensamientos alcanzan una alegría incomparable. Quien ha aprendido a escuchar a los árboles ya no quiere ser árbol. No quiere ser otra cosa que lo que es. Eso es el hogar. Eso es la felicidad.