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La desigualdad también distorsiona nuestra democracia. Da una voz desmesurada a los pocos que pueden permitirse grupos de presión caros y contribuciones ilimitadas a las campañas, y corre el riesgo de vender nuestra democracia al mejor postor. Y hace que todos los demás sospechen con razón que el sistema de Washington está amañado en su contra, que nuestros representantes electos no velan por los intereses de la mayoría de los estadounidenses.