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Como el brujo de antaño, el televisor lanza su hechizo mágico, congelando el habla y la acción y convirtiendo a los vivos en estatuas silenciosas mientras dura el encantamiento. El principal peligro de la pantalla de televisión no reside tanto en el comportamiento que produce como en el que impide: las conversaciones, los juegos, las fiestas y las discusiones familiares.