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En muchos países musulmanes, la brujería no sólo está tipificada como delito, sino que suele perseguirse. En 2009, por ejemplo, Arabia Saudí condenó a un hombre por llevar una agenda telefónica con caracteres de un alfabeto de su Eritrea natal, que la policía interpretó como símbolos ocultistas. Fue azotado trescientas veces y encarcelado durante más de tres años.