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Ningún gobierno humano tiene derecho a inquirir las opiniones privadas, a presumir que las conoce o a actuar basándose en esa presunción. Los hombres son los mejores jueces de las consecuencias de sus propias opiniones, y de hasta qué punto es probable que influyan en sus acciones; y es de lo más antinatural y tiránico decir: "como piensas, así debes actuar. Recogeré las pruebas de tu conducta futura a partir de lo que sé que son tus opiniones".