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Cada lugar tiene su propia mente, su propia psique. Roble, madroño, abeto de Douglas, halcón de cola roja, serpentina en la arenisca, una cierta escala en la topografía, lluvias torrenciales en invierno, niebla en la costa en verano, salmones remontando los arroyos: todo ello conforma un estado mental particular, una inteligencia específica del lugar compartida por todos los humanos que lo habitan, pero también por los coyotes que ladran en esos valles, por los linces y los helechos y las arañas, por todos los seres que viven y se abren camino en esa zona. Cada lugar su propia psique. Cada cielo su propio azul.