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. . merece la pena debatir los cambios radicales, no con la esperanza de que se adopten rápidamente, sino por otras dos razones. Una es construir un objetivo ideal, de modo que los cambios graduales puedan juzgarse en función de si acercan o alejan la estructura institucional de ese ideal. La otra razón es muy distinta. Se trata de que, si surge una crisis que exija o facilite un cambio radical, se disponga de alternativas que hayan sido cuidadosamente desarrolladas y plenamente exploradas.