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Por fin, en la oscuridad de la noche, cuando la calle estaba muy tranquila, Little Dorrit recostó la pesada cabeza en su pecho y la tranquilizó hasta que se durmió. Y así se sentó en la puerta, como si estuviera sola, mirando las estrellas y viendo las nubes pasar sobre ellas en su alocado vuelo, que era el baile de la fiesta de Little Dorrit.