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Nadie puede escribir su verdadera vida religiosa con lápiz o pluma. Sólo se escribe con acciones, y su sello es nuestro carácter, no nuestra ortodoxia. Seamos nosotros, nuestro prójimo o Dios quien juzgue, absolutamente el único valor de nuestra vida religiosa para nosotros mismos o para cualquiera es aquello para lo que nos capacita y nos permite hacer.