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El amor de Dios vuelve a hacernos libres, porque nos lleva a dar poco valor a las cosas en las que estamos sometidos a los demás -nuestra riqueza, nuestra posición, nuestra reputación y nuestra vida- y a dar mucho valor a las cosas que nadie puede quitarnos -nuestra integridad, nuestra rectitud, nuestro amor a todos los hombres y nuestra comunión con Dios-.