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Hay una horrible soledad en este tiempo. No, escúchame. Vivíamos seis y siete por habitación en aquellos días, cuando yo aún estaba entre los vivos. Las calles de la ciudad eran mares de humanidad; y ahora, en estos altos edificios, almas poco avispadas revolotean en lujosa intimidad, mirando a través de la ventana del televisor un lejano mundo de besos y caricias. Estar tan solo produce un gran fondo de conocimiento común, un nuevo nivel de conciencia humana, un curioso escepticismo.