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La propia tierra nos asegura que es una entidad viva. En lo más profundo de la superficie se puede oír su pulso lento, sentir su ritmo vibrante. Las grandes montañas que respiran se expanden y contraen. El vasto desierto de salvia ondula con mareas casi imperceptibles como los océanos. Desde el principio, a lo largo de todos sus cataclísmicos levantamientos y profundas inmersiones marinas, el planeta Tierra parece haber mantenido un ritmo ordenado.