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Candleford Green no era más que un pueblecito y a su alrededor había campos, prados y bosques. En cuanto Laura cruzó el umbral de la puerta, pudo ver algunos de ellos. Pero el mero hecho de ver desde lejos no la satisfacía; anhelaba adentrarse sola en los campos y oír el canto de los pájaros, el tintineo de los arroyos y el susurro del viento entre el maíz, como cuando era niña. Oler y tocar las cosas, la tierra caliente, las flores y la hierba, y quedarse mirando donde nadie pudiera verla, absorbiéndolo todo.