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  • Me acerqué a los manantiales cuando aún había salido el sol y, sentado en un saliente rocoso sobre la boca de la cueva, observé cómo la luz se volvía rojiza sobre los charcos neblinosos y escuché la voz agitada del agua. Al cabo de un rato me trasladé más arriba, donde podía oír el canto de los pájaros, cercanos y lejanos, en el silencio de los árboles. La presencia de los árboles era muy fuerte... Los grandes robles se erguían tan numerosos, tan macizos en su otra vida, en su profundo y arraigado silencio: el sobrecogimiento de ellos se apoderó de mí, la religión.

    Ursula K. Le Guin (2008). “Lavinia”, p.37, Houghton Mifflin Harcourt