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El Sr. Jamrach me condujo a través del vestíbulo y hacia la casa de fieras. La primera era la sala de los loros, un temible lugar chillón de ojos redondos y locos, pechos carmesíes que batían contra los barrotes, alas que aleteaban contra sus vecinas, rojo sangre, azul real, amarillo gitano, verde hierba. Los pájaros se apiñaban a lo largo de las perchas. Los guacamayos colgaban boca abajo aquí y allá, batiendo sus ojos blancos, y pequeños loros verdes revoloteaban sobre nuestras cabezas a la deriva. Un grupo de cacatúas miraba desde lo alto por encima de la estridente locura, de cresta alta y pecho cremoso. Los chillidos eran como risas en el infierno.