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  • El agua, el viento y el canto de los pájaros eran los ecos, en aquel lugar tranquilo, de una gran sinfonía sonora que recorría el mundo. Metida hasta las rodillas en la hierba y las margaritas, Stella se quedó de pie y escuchó, balanceándose un poco como se balanceaban las flores y los árboles, con su voz espiritual cantando en voz alta, aunque sus labios estaban quietos, y cada pulso de su cuerpo golpeando sus martillazos al compás de la canción.

    Elizabeth Goudge (1949). “Gentian Hill”