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En el laboratorio, llamamos a esto la regla de los seis grados de separación del cáncer: se puede plantear cualquier pregunta biológica, por distante que parezca -qué hace que falle el corazón, o por qué envejecen los gusanos, o incluso cómo aprenden a cantar los pájaros- y se acabará, en menos de seis pasos genéticos, conectando con un protooncogen o un supresor tumoral.