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Creo que en ese momento ni siquiera queríamos romper el sello [de la cámara interior de la tumba de Tutankamón], pues un sentimiento de intrusión había descendido pesadamente sobre nosotros... Sentíamos que estábamos en presencia del Rey muerto y que debíamos hacerle reverencia, y en la imaginación podíamos ver cómo se abrían las puertas de los sucesivos santuarios.