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El escenario, la pantalla, la novela, la conversación informal, la discusión callejera y, con demasiada frecuencia, las intimidades junto a la chimenea están salpicadas de blasfemias, a las que cabe añadir, como de la misma naturaleza, chistes groseros y obscenos, historias soeces y conversaciones triviales. Algunos quieren hacernos creer que la blasfemia es un signo de masculinidad y madurez emocional.