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El silencio es difícil y arduo; no se juega con él. No es algo que se pueda experimentar leyendo un libro, o escuchando una charla, o sentándose juntos, o retirándose a un bosque o a un monasterio. Me temo que ninguna de estas cosas provocará este silencio. Este silencio exige un intenso trabajo psicológico. Tienes que ser ardientemente consciente: consciente de tu forma de hablar, consciente de tu esnobismo, consciente de tus miedos, de tus ansiedades, de tu sentimiento de culpa. Y cuando mueres a todo eso, de esa muerte surge la belleza del silencio.