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La vida humana es una extensión de los principios de la naturaleza, y la civilización humana es una empresa extrapolada de las naturalezas humanas: el hombre y su potencial natural son la raíz de todo el dominio humano. La gran tarea de todo filósofo es llegar a ser competente para interpretar y dirigir las fuerzas potenciales de desarrollo en las naturalezas humanas y en la condición humana, ambas prodigiosamente fatalistas.