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Oh, mi querido Kepler, cómo me gustaría que pudiéramos reírnos a carcajadas juntos. Aquí, en Padua, está el principal profesor de filosofía, a quien he pedido repetida y urgentemente que mire la luna y los planetas a través de mi cristal [telescopio], cosa que él se niega pertinazmente a hacer. Y oír al profesor de filosofía de Pisa esforzarse ante el gran duque con argumentos lógicos, como con encantamientos mágicos, para hacer desaparecer del cielo los nuevos planetas.