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Prometemos nuestra lealtad, afirmamos nuestra determinación de ser valientes, declaramos, a veces incluso públicamente, que haremos lo correcto pase lo que pase, que defenderemos la causa correcta, que seremos fieles a nosotros mismos y a los demás. Entonces empiezan las presiones. A veces son presiones sociales. A veces son apetitos personales. A veces son falsas ambiciones. Hay un debilitamiento de la voluntad. Se ablanda la disciplina. Hay capitulación. Y luego hay remordimiento, autoacusación y amargas lágrimas de arrepentimiento.