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La piel del cobarde cambia de color todo el tiempo, no puede controlarse, no puede estarse quieto, se agacha y se mece, cambiando su peso de un pie a otro, su corazón acelerado, golpeando dentro de las costillas del compañero, sus dientes castañeteando. Teme una muerte espantosa. Pero la piel de un soldado valiente nunca palidece. Es todo control. Tenso, pero sin gran temor.