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En esta era de la papilla sin prejuicios, demasiados estadounidenses se han vuelto incapaces de enfrentarse a la brutal realidad del odio no provocado, basado en la envidia, el resentimiento y, en última instancia, en un vicioso impulso de arremeter contra los demás por el dolor de la propia insignificancia. Ese ha sido el hilo conductor de cosas tan dispares como los disturbios en los guetos, dos guerras mundiales y ahora el terrorismo islámico.