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Un Estado totalitario es, de hecho, una teocracia, y su casta dirigente, para mantener su posición, tiene que ser considerada infalible. Pero como, en la práctica, nadie es infalible, a menudo es necesario reordenar los acontecimientos pasados para demostrar que no se cometió tal o cual error, o que tal o cual triunfo imaginario ocurrió realmente.