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Pues ¿de qué les servirá a los hombres que una distribución y un uso más prudentes de las riquezas les permitan ganar incluso el mundo entero, si con ello sufren la pérdida de sus propias almas? De qué aprovechará enseñarles sanos principios de economía, si se dejan arrastrar de tal modo por el egoísmo, por la codicia desenfrenada y sórdida, que oyendo los mandamientos del Señor, hacen todo lo contrario.