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Cuando se me propuso ir al extranjero, frotar un poco de óxido y mejorar mi condición en un sentido mundano, temí que mi vida perdiera algo de su carácter hogareño. Si estos campos, arroyos y bosques, los fenómenos de la naturaleza y las sencillas ocupaciones de sus habitantes dejaran de interesarme e inspirarme, ninguna cultura o riqueza compensaría esa pérdida.